Memoria, raíz, tribu
Maite H. Mateo
El regreso a Gallipienzo, el pueblo de mis padres, tras 20 años y mucho mundo recorrido, es el punto de partida de este proyecto personal cuyo principal objetivo es la recuperación de mi memoria emocional y la reestructuración del vínculo con mi tribu, mi familia. Un viaje al pasado individual y en familia, en el que la fotografía actúa como herramienta de conexión, creando un espacio seguro para la comprensión.
Gallipienzo es un pequeño pueblo medieval situado en la zona media de Navarra. Su posición estratégica fue utilizada como enclave de resistencia en diversas batallas. Sin embargo, tras la guerra civil española, su estructura defensiva disminuyó sus posibilidades de desarrollo económico. La mayoría de los jóvenes se vieron obligados a marcharse a las ciudades en busca de trabajo. Mis padres fueron unos de esos jóvenes que abandonaron el pueblo y se instalaron en Pamplona, la ciudad más cercana. Muchas casas quedaron vacías y el pueblo casi deshabitado. A pesar de todo, mi padre no tardó en volver. Con los primeros ahorros, alquiló una casa que poco a poco fue reformando los fines de semana. La vida en la ciudad era un trámite económico para comenzar a VIVIR el fin de semana en el pueblo. Poco a poco recuperó también tierras en las que volvió a cultivar; olivares, viñas, una huerta.
Allí me llevaron con días de vida, al igual que a mis hermanos mayores. No había agua corriente salvo unas horas y las calles estrechas y empedradas a las que no tienen acceso los coches no facilitaban la vida en aquel pueblo estancado en el tiempo que mis padres consideraban su raíz.
En este pueblo pasé todos y cada uno de los fines de semana de los 18 primeros años de mi vida. Cada verano, cada vacación. Todas mis vivencias ocurrían allí, salvo el colegio de lunes a viernes.
La niña se fue haciendo mayor y aquel pueblo comenzó a ahogarme. Me marché premeditadamente, poniendo, primero, kilómetros de por medio y finalmente un océano. Quise descubrir el mundo y documentarlo. Recorrí países y culturas distintas como fotoperiodista. Mi foco se centró en migrantes, separación de familias, identidad, derecho a la tierra, tradición y derechos humanos. En muchas de las personas que documenté veía a mis padres. Su origen humilde y su amor por la tierra. Estaba más lejos que nunca de mis progenitores, pero había algo que me hacía conectar con ellos de una manera que jamás hubiera imaginado.
Tras doce años viviendo en la selva de cemento de La Gran Manzana, sentí que me faltaba el aire. La soledad me comía en una de las ciudades más pobladas del mundo. Una paralizante crisis de ansiedad unida a un profundo sentimiento de culpa y desarraigo me hicieron regresar al pueblo de mi infancia para encontrar respuestas a mi estado emocional.
El punto de partida de este proyecto personal comienza en realidad en mi vuelta a España, en septiembre de 2019. Vuelvo al pueblo de mi niñez donde viven mis padres. Un pueblo medieval y de difícil acceso con escasos habitantes. Me impacta ver el paso del tiempo reflejado en el cuerpo de mis padres. Un escenario muy diferente al que recuerdo. Soy consciente de la fugacidad del tiempo, del impacto de la despoblación y del fin de una era. Sé que tengo delante una historia que quiero contar, pero soy consciente también de la necesidad de restaurar mi mundo emocional. Me siento como una extraña que ha olvidado su “lengua materna” y no sabe cómo encajar en esta nueva realidad. En esta búsqueda de herramientas de comunicación descubro este posgrado de Pedagogía Visual y Terapéutica de la imagen y se abre ante mí un nuevo espacio. Un faro que me orientará en esta búsqueda de mi esencia.
Mi experiencia como periodista y fotógrafa me predispone a investigar en los archivos fotográficos familiares y a recuperar el álbum familiar. La escasez de fotos de mi infancia me hace entablar conversaciones con familiares y vecinos del pueblo, para preguntarles si atesoran fotografías en las que yo aparezca. La respuesta familiar en forma de imágenes me produce una profunda catarsis. Cada imagen recuperada es una regresión a mi mundo emocional. Una herramienta con la que actúo como autofacilitadora, creando un marco seguro ante cualquier sentimiento angustioso. Reproceso pequeños “traumas” del pasado y emociones enquistadas. La visualización en fotografías de la niña que fui me ayuda a confrontarlos desde mi posición actual de adulta.
En este proceso de recuperación y memoria, utilizo la fotografía, mi medio de expresión habitual, pero de una manera más subjetiva e introspectiva y desde una mirada terapéutica. Me autorretrato en los lugares de mi infancia y documento lo que todavía permanece de aquellos años. Las calles, las casas, los objetos. También a mis padres octogenarios, con las mismas costumbres de antaño y el paso del tiempo reflejado en sus cuerpos. Nuevas imágenes que pretenden volver a generar vínculos familiares.
El álbum familiar recuperado y la creación de nuevas imágenes me ayudan a poner en contexto la historia de mi vida y la de mis padres. Pretendo así entender también el trauma intergeneracional. Las fotografías generan espacios de conversación familiar y vecinal en los que surgen temáticas hasta la fecha silenciadas. Un proceso de aceptación y resignificación de la familia, del pueblo y de mi propia memoria, que propicia cerrar heridas, reescribir el pasado y mirarlo con otra perspectiva.
El proyecto fotográfico documental es también un intento de preservar la memoria de mis padres en sus últimos años de vida y conservar en imágenes el fin de una generación que se extingue. A la par de un territorio, el del pueblo, que tiende a desaparecer por la falta de recursos y la despoblación. La historia se repite.
Es una especie de duelo adelantado que me ayuda a estar más presente.
Desde el principio contemplé este proyecto con fotografías en blanco y negro. Tanto las fotos que he producido como las fotos que he recuperado y digitalizado del álbum familiar, las he convertido a blanco y negro. Esto me ayuda a centrar la atención sobre el elemento más importante de la escena y eliminar detalles que distraen. También aporta una perspectiva temporal diferente y unifica todas las fotos. El blanco y negro le da un carácter evocador y nostálgico.
Las fotografías recuperadas, junto con las fotografías que documentan el pueblo y la vida cotidiana de mis padres, así como algunas fotos de archivo tomadas en mis visitas esporádicas al pueblo mientras vivía fuera, forman parte de un libro que pretende ser mi nueva visión del álbum de familia. En sus páginas completo las ausencias de fotos de mi infancia del álbum familiar con las fotos recuperadas. Las enfrento con las nuevas imágenes que he ido tomando. Voy así creando una nueva narrativa del pasado con mi propia imagen del presente y la de mis padres. El libro-álbum de familia, resultado de este proyecto, será un tesoro en el que refugiarme cuando mis padres no estén y necesite reconfortarme con el apoyo de mi tribu, mi raíz.
Después de años documentando historias de personas ajenas a mí en diversas partes del mundo, volver la cámara y enfocar mi propia historia ha sido un ejercicio de humildad, introspección y honestidad. Mirarse a los ojos es un acto de valentía, pero la mirada que me devuelven las fotografías después de este proceso es una mirada de fortaleza, confianza, comprensión y agradecimiento.
Cerrado el capítulo personal, me encuentro ya preparada para poder afrontar el proyecto comunitario con los vecinos de mi pueblo, que será la segunda parte a desarrollar en los próximos meses.