Una Experiencia de Fotografía y Dibujo con Niños y Jóvenes Huérfanos en Kathmandu
David del Campo
Sumario
Rupa Nepal (Rupa significa mirada en nepalí) es un proyecto dirigido a un grupo de niños, niñas y jóvenes de Nepal con difícil acceso a la educación que nació de la inquietud por conocer cómo miran el mundo que les rodea.
Junto con la ilustradora y artista visual Sonia Esplugas viajé a Katmandú durante dos meses en el verano de 2014 a ofrecer talleres de fotografía y dibujo a estos niños y jóvenes con el fin de acercarles las herramientas necesarias para que pudieran expresar su potencial creativo. Tras siete semanas de trabajo, sus obras nos hablan de sueños, preocupaciones, alegrías, tristezas, o simplemente de las pequeñas cosas que, día a día, conforman su universo.
Rupa Nepal se propuso difundir sus voces mostrando sus dibujos y fotografías por medio de un libro, una página web, y exposiciones y presentaciones en España y Nepal.
Abstract
Rupa Nepal (Rupa means gaze in Nepali) is a project aimed at a group of boys, girls and youngsters in Nepal with difficult access to education, which was inspired from the concern to know how they look at the world around them.
Together with the illustrator and visual artist Sonia Esplugas I went to Kathmandu for two months in the summer of 2014 to offer photography and drawing workshops to these children and youngsters in order to provide them with the necessary tools so that they could express their creative potential. After seven weeks of work, their works tell us about their dreams, worries, joys, sadness, or simply the little things that, day by day, conform their universe.
Rupa Nepal committed to spread their voices by showing their drawings and photographs through a book, a website, and exhibitions and presentations in Spain and Nepal.
Palabras clave
Fotografía participativa, Nepal, Dibujo, Cooperación, Niños y Jóvenes, Libros
Keywords
Participatory photography, Nepal, Drawing, Cooperation, Children and Youth, Books
Introducción
La idea de Rupa Nepal surgió en el año 2012 de mi encuentro con la ilustradora Sonia Esplugas y el monje budista Karma Tenpa, quien en 2011 había fundado la ONG Creciendo en Nepal. Esta es una asociación que se propuso acompañar a niños y niñas huérfanas de Nepal a lo largo de su proceso de crecimiento. Desde entonces, gracias al compromiso y la ayuda de muchas personas, Creciendo en Nepal es capaz de asegurar y sostener las necesidades de más de treinta menores en Katmandú.
De aquel encuentro en el centro budista de Dag Shang Kagyu, en Huesca, donde supimos de la extraordinaria labor de Creciendo en Nepal, surgió la idea semilla de sumarnos a su labor brindando a los niños talleres artísticos que les ayudaran a exteriorizar sus emociones y desarrollar aspectos fundamentales para su crecimiento. Además de exposiciones en España y Nepal, la edición y venta de un libro haría que su creatividad se tradujera en recursos económicos destinados a seguir sosteniendo su educación.
Preparación del proyecto
Para llevar adelante estas ideas pusimos en marcha una campaña de micromecenazgo (crowdfunding) gracias al cual no solo conseguimos los recursos económicos y materiales necesarios, sino que también atrajimos el interés de muchas personas por colaborar con nosotros y formar parte del proyecto. Entre ellas cabe destacar la colaboración con la Escola Nova de Cervelló (Barcelona), basada en una charla-taller en esta escuela antes de ir a Nepal, el intercambio de obras entre sus alumnos y los niños de Nepal, y otra actividad que incluía una presentación del libro a nuestro regreso. Además, la diseñadora gráfica María Paula Dufour se ofreció para hacer el diseño y la maquetación del libro, Maranta Rubiera hizo la traducción del libro al inglés, y la editorial Sanz y Torres decidió asumir todos los costes de publicación del libro, lo que nos permitió hacer una tirada mayor que la prevista inicialmente y además dedicar más recursos a la escolarización de los niños.
Durante nuestra estancia en Nepal llegamos a visitar cinco escuelas diferentes. Nos preocupó encontrar carencias tan evidentes como la falta de luz eléctrica en las aulas. Poco a poco descubrimos que, a pesar de eso, los niños que asisten a clase en esas escuelas son unos privilegiados. En un país en el que pagar los 40 euros mensuales que cuesta una escuela privada (las públicas, más baratas, pero en absoluto gratuitas, no ofrecen plazas suficientes para toda la población infantil) supone un gran esfuerzo incluso para las familias en la que tanto el padre como la madre trabajan, es obvio que, para los niños huérfanos y las familias sin recursos, para quienes no existe ningún tipo de ayuda pública, esto es prácticamente imposible.
Estos problemas hacen que en Nepal el analfabetismo afecte a más de la mitad de la población y supere el 65% entre las mujeres. El absentismo escolar es muy elevado por la falta de conciencia del valor que tiene la educación, sobre todo entre las familias de menos recursos. En el caso de las mujeres, y muy especialmente en el entorno rural, esta problemática se acentúa.
Lo que más nos impresionó del sistema educativo nepalí es que está fuertemente basado en la repetición. Se prioriza la obediencia, la disciplina y la memorización de conceptos por encima del pensamiento crítico, con dinámicas que recuerdan más a un cuartel militar que a una escuela.
Con nuestros talleres hemos pretendido ofrecer a los niños una bocanada de aire fresco en su formación, convencidos de que la educación artística estimula el pensamiento propio, refuerza la autoestima, y contribuye a la maduración psicológica.
Desarrollo de los talleres
Meses antes del viaje nos preparamos planificando algunas actividades, estudiando proyectos similares y reuniéndonos con organizaciones que lideran proyectos de cooperación en Nepal, pero poco más pudimos hacer cuando desde Nepal no nos daban ninguna información sobre lo que nos esperaba. El 17 de julio de 2014 salimos hacia Nepal cargados de cámaras, material de dibujo y mucha ilusión, pero sin tener ni idea sobre cuántos niños asistirían a los talleres, ni sus edades, ni los horarios de las clases, ni dónde se harían estas. Ni siquiera sabíamos dónde íbamos a vivir. Durante meses escribimos a Ngawang Thinley y a Kumari, nuestros contactos en Nepal, pero la respuesta era siempre la misma: «Don’t worry my friends, everything will be all right» (“No os preocupéis amigos, todo saldrá bien”), era lo único que contestaban una y otra vez.
Estas respuestas podían llegar a desesperarnos, pero, sin saberlo, nos estaban preparando para adaptarnos a un país en el que la capacidad de improvisación es imprescindible. Si bien es cierto que conocer de antemano algunos datos básicos nos hubiera ahorrado más de un dolor de cabeza, también lo es que renunciar a tener todo bajo control es realmente útil en Nepal.
El día que llegamos, Kumari nos recogió en el aeropuerto y nos llevó a su casa, donde nos alojamos durante toda la estancia. Aterrizamos un viernes por la tarde y el día siguiente a las nueve de la mañana, al despertar, nos encontrábamos con dieciséis niños, niñas y jóvenes, de entre 5 y 20 años, esperándonos en el salón de casa para recibir la primera clase. Nos quedamos de piedra. No nos habían dicho que la primera clase sería ese día, ni sabíamos que pretendían hacerlo en la casa de Kumari, donde nos alojábamos (que era muy pequeña y apenas tenía una pequeña mesa y dos sillas). Además, la idea de trabajar en equipo con un grupo de edades tan extremadamente diversas nos pareció una locura (más tarde descubriríamos que ellos están más acostumbrados a hacerlo que nosotros, y no fue tan complicado).
En aquella primera “clase” improvisada en nuestra casa parecían muy tímidos, aunque hubo momentos divertidos. Les propusimos hacer un gesto al presentarse, para empezar con un juego de expresión corporal. Pero al final tuvimos que conformarnos con mucho menos: poder entender el nombre de cada uno cuando lo susurraban tímidamente.
Entendimos que les estábamos proponiendo dinámicas muy alejadas de las que acostumbraban a hacer. Para ayudar a que nos conocieran mejor, les mostramos fotos y videos sobre España. Traíamos todo tipo de material preparado en nuestros ordenadores, ya que sabíamos que no tendríamos internet. No sabemos si logramos nuestro objetivo, pero desde luego vieron cosas que nunca hubieran podido imaginar. Siempre recordaremos sus caras de asombro ante las imágenes de los castellers.
Esa misma tarde Kumari habló con una escuela del barrio y consiguió que nos dejaran un aula y el patio en los horarios en los que no se usaba. Con el paso de las semanas todo se fue acomodando. Decidimos hacer los talleres de dibujo los sábados, ya que era el único día de la semana libre para todos ellos. Para los de fotografía, dividimos el grupo en dos, según la disponibilidad de cada uno: los viernes por la tarde el primer grupo venía a nuestra casa; los domingos a las siete de la mañana, antes de la escuela, era el turno del segundo grupo, con el que nos reuníamos en la casa de la tía Mina. Ella es la madre biológica de dos de los alumnos de los talleres y además acoge también en su casa a otros tres alumnos. Es hermana de la madre de Kumari. Por eso todos la conocen como “tía Mina”.
Desde el principio quisimos que, en las sesiones de fotografía, cada alumno hiciera un proyecto personal, es decir, que produjera un conjunto de fotos ordenadas con un tema y un hilo conductor común. Así, cada niño tendría un tema de su interés que le serviría de guía y le ayudaría a transmitir un mensaje más propio y sólido.
En la primera sesión, cada uno recibió una sencilla cámara digital. Ese día lo dedicamos a celebrar la novedad de tener una cámara de fotos (debemos tener en cuenta que, en el 2014, en Nepal, niños y niñas como los que tomaban nuestros talleres nunca habían usado un teléfono móvil con cámara, y menos aún otro tipo de cámara). Les explicamos el funcionamiento básico de las cámaras: cómo hacer y borrar una foto, cómo cargar la batería, etc., jugamos juntos con las cámaras y nos hicimos fotos unos a otros. También les hablamos sobre el significado de un proyecto fotográfico y sobre la oportunidad que tenían de contar sus historias en primera persona a gente de todo el mundo. Por último, les mostramos ejemplos de fotografías que les pudieran motivar y que han tenido efectos transformadores y les explicamos las historias que había tras esas imágenes. Antes del viaje, al hacer la selección de estas imágenes, intentamos encontrar referencias que no resultaran muy lejanas a su cultura y que no fuesen excesivamente técnicas, para que no las sintieran inalcanzables. Por último, les pedimos elegir el tema que cada uno quería tratar y que el próximo día nos hablaran de él y de por qué lo habían elegido.
Conceptos aparentemente sencillos, como elegir un tema libremente, eran realmente nuevos para ellos, acostumbrados a una educación increíblemente rígida. Los primeros días traían descripciones de temas copiadas directamente de sus libros de texto, y que claramente podíamos ver que realmente no les interesaban lo más mínimo, pero poco a poco aparecieron ideas relacionadas con su día a día, como su colegio, su casa o el hinduismo. Otros propusieron temas que en un principio nos parecieron superficiales, como por ejemplo las flores, la ropa, o las vacas. Sin embargo, cuando fuimos viendo el interés con el cual los trataban, comprendimos que a través de estos temas podían llegar a contarnos mucho más sobre ellos mismos de lo que hubiéramos imaginado. Cuando dos niños, Tilak y Bipin, propusieron el mismo tema (las vacas), inicialmente tuvimos nuestras reservas sobre si permitir que se repitieran temas, pero finalmente fue maravilloso ver cómo un mismo tema era tratado con miradas diametralmente opuestas. Mientras Tilak retrataba inquietantes vacas con flashazos directos y primeros planos en el interior de oscuras y sucias pocilgas, Bipin mostraba las vacas de su abuelo retozando plácidamente al sol en un prado.
En las siguientes clases los animamos a cambiar su punto de vista, tomando fotos de cerca, de lejos, desde arriba, desde abajo…, a preguntarse qué querían expresar con cada imagen, a tener en cuenta el proyecto en su conjunto y sobre todo a no dejar de jugar con la cámara. El principal objetivo era conseguir que se arriesgaran a expresar emociones personales y auténticas. Aunque podíamos ver en sus caras que a menudo nuestras indicaciones les resultaban chocantes, poco a poco las fueron poniendo en práctica.
Durante la semana, entre las sesiones, cada niño sacaba fotos con su cámara; cuando llegaban a clase descargábamos las imágenes y las analizábamos juntos. Después les mostrábamos ejemplos de fotos relacionadas con sus temas para darles ideas sobre cómo continuar su trabajo. Estas fotos de ejemplo las buscábamos en un cibercafé durante la semana o directamente las tomábamos nosotros. Finalmente, entre todos, juntaron más de cinco mil imágenes.
En la última clase empezamos a editar algunos proyectos. Lo pasaron muy bien decidiendo qué fotos funcionaban y en qué orden debían ponerse. De esta forma vieron que un proyecto fotográfico no depende tanto de la calidad de las imágenes por separado como de la coherencia del conjunto, y se llevaron una primera impresión acerca de cómo quedaría presentado su trabajo.
En sus trabajos vemos cómo fueron capaces de transmitir su mirada más personal sobre los temas elegidos, y contarnos cómo temas como las flores, la ropa o la amistad realmente les apasionan. Creemos que este tipo de imágenes son la mejor carta de presentación que puede tener Creciendo en Nepal, ya que rompen el estereotipo de “niño huérfano nepalí” con el que tan familiarizados estamos y que muchas oenegés perpetúan.
A diferencia de los talleres de fotografía, en los de dibujo proponíamos diferentes ejercicios que íbamos adaptando en función de las respuestas, intereses y necesidades que observábamos en los chicos.
Nuestra intención era darles herramientas y técnicas básicas que les permitieran encontrar en el dibujo una oportunidad para expresar lo que sintieran. Como toda forma de expresión creemos que por sí misma no puede considerarse “buena” ni “mala”. Por eso les alentábamos a plasmar su imaginario en un marco de libertad creativa. Esta forma de entender la creatividad parecía muy nueva para ellos, que estaban acostumbrados a copiar y calcar. De hecho, una de las formas de arte más apreciadas en Nepal son las thangkas, pinturas que reproducen imágenes budistas de forma muy precisa y cuya ejecución requiere un gran dominio técnico.
El primer día lo dedicamos al reparto de material: entregamos un cuaderno y un estuche con colores y rotuladores a cada niño para que pudiera seguir dibujando en su casa. Los días siguientes, al igual que en las clases de fotografía, les enseñamos obras de distintos artistas para que abrieran su mirada.
Uno de los ejercicios más interesantes fue pedirles que dibujaran un autorretrato. Esto nos sirvió para conocerlos un poco más y también para darnos cuenta de la dificultad que tenían a la hora de dibujarse a sí mismos. La mayoría se pusieron a dibujar casas y paisajes con muchísimo detalle y sólo después de insistirles empezaron a incluirse a sí mismos, borrándose y redibujándose una y otra vez. Uno de los pocos alumnos que se dibujó desde el primer momento fue Paras, con un toque muy personal que mezcla dioses y personas en la misma figura.
En otra clase les hablamos de cómo el dibujo nos permite mirar con atención lo que nos rodea. Para ponerlo en práctica, les propusimos dibujar sus propios zapatos poniéndolos encima de la mesa para verlos mejor, cosa que les pareció rarísima. Muchos nos miraban con cara de “¿habré entendido mal?” y seguían dibujando sin sacarse los zapatos. Incluso los dibujaban desde perspectivas distintas a las que veían, lo cual nos indicaba que recurrían a su concepto de zapato en vez de mirarlo “de verdad”.
Por otro lado, nos dimos cuenta de que algunos, después de hacer dibujos preciosos, los coloreaban con tanto empeño que los dejaban totalmente tapados por una masa amorfa de rayones furiosos. Por eso, les insistíamos en que pusieran atención a la hora de colorear y les dimos algunos dibujos para que practicaran. Además, les enseñamos trucos para representar la figura humana en diferentes posturas: meditando, lavándose los dientes, dándose un abrazo…
Al final de las clases les solíamos poner tareas para que siguieran trabajando durante la semana, como dibujar su comida favorita, cosas relacionadas con su país, con el tema de su proyecto fotográfico o simplemente dibujar lo que les apeteciera. Algunos, como Passang y Mingma, pasaban muchas horas dibujando en casa y el sábado siguiente nos traían cuadernos repletos de dibujos. Esto nos alegraba porque veíamos que elegían hacerlo por ellos mismos y que lo disfrutaban. Además, nos sirvió para ver su evolución a lo largo del taller. Mientras que al principio traían dibujos copiados de libros (ositos, duendes, princesas…), hacia el final encontrábamos otros más relacionados con su propia vida, como templos, escuelas, o ellos mismos haciendo cosas que les gustaban.
Un día les propusimos explorar la técnica del collage. Recibieron la propuesta con una mezcla de curiosidad y fascinación. Para empezar, les llevamos papeles de distintos colores y texturas, periódicos, revistas, folletos de museos, e incluso envoltorios. Después, les enseñamos retratos en collage para que se inspiraran. A cada imagen que pasaba escuchábamos un “¡ohhh!” colectivo y algunas risas.
Mientras que en el dibujo solían mostrar su inseguridad borrando sin parar, en el collage, en cambio, los notábamos con más confianza. Uno de los ejercicios más divertidos fue una mezcla de dibujo y collage. Un día les entregamos el retrato fotográfico de la mitad de un rostro y les propusimos completar la otra mitad con dibujo. Semanas después, les entregamos el dibujo que habían hecho, pero habíamos quitado la mitad inicial (la fotografiada) y les pedimos volver a completar la cara mediante el collage.
Otros ejercicios fueron hacer un collage de su cámara de fotos y también de algo relacionado con el tema de su proyecto fotográfico. Sentimos que el collage les abrió todo un mundo nuevo para experimentar. Al final de las clases nos pedían llevarse papeles a casa para seguir practicando; los brillantes y dorados eran los que más les gustaban. En las clases siguientes nos sorprendieron con el uso de nuevos materiales como virutas de lápiz, algodón, cuerdas, o envoltorios arrugados. ¡Se entusiasmaron tanto que hasta nos trajeron de casa collages tridimensionales!
En la última sesión quisimos agradecerles los dos meses de total implicación con un día lleno de sorpresas. Para empezar, les pedimos hacer un gran dibujo colectivo. Partimos de una foto que dividimos en dieciséis partes. Cada parte la imprimimos en una hoja y se la dimos a un niño. Cada niño debía copiar y colorear su pedazo en una hoja nueva, de forma que al ponerlas todas juntas se formaría el dibujo final. Elegimos la imagen de un lugar emblemático para todos, que además aparecía constantemente en sus fotos: la gran Estupa de Boudhanath, uno de los lugares sagrados budistas más importantes de Katmandú. Les pedimos que pusieran especial cuidado en los bordes de su dibujo, que era donde debía unirse con el siguiente; a todos se les veía muy atentos intentando hacer bien su parte. Cuando extendimos los dibujos para ver el conjunto todos quedamos muy contentos. ¡Habíamos hecho un excelente trabajo en equipo!
Después compartimos la comida preferida de todos: los buff momos (una especie de empanadillas rellenas de carne de búfalo) y luego improvisamos un escenario en el patio de la escuela para llevar a cabo una ceremonia de entrega de diplomas. Les fuimos llamando uno por uno y ellos subían entre tímidos y orgullosos a recoger su premio. Además, se llevaron copias impresas de sus mejores fotos, y una carpeta con material para seguir creando. Más tarde redistribuimos las cámaras con las que se quedarían, de forma que los niños que fueran hermanos o vivieran juntos compartieran una para seguir sacando fotos. Las cámaras sobrantes las guardamos para futuros proyectos. También dedicamos un tiempo para charlar con cada uno de ellos, comentar su evolución en los talleres, y recibir sus comentarios.
Al final de la tarde nos tocó a nosotros recibir las sorpresas; algunos niños nos habían hecho postales especiales de agradecimiento, otros nos pusieron khatas (pañuelos budistas tradicionales que se ofrecen al recibir o despedir a un huésped) alrededor del cuello. También nos obsequiaron con recuerdos típicos de Nepal, la mayoría religiosos. Fue un momento muy emotivo, en el que nos dimos cuenta de que finalmente se había creado un vínculo precioso entre todos nosotros.
Regreso a Barcelona
En definitiva, aunque inicialmente las clases no fueron sencillas ni para nosotros ni para ellos (por el idioma, las diferencias culturales, la escasez de medios…), acabamos muy satisfechos y al final los dos meses se nos pasaron volando. Ngawang y Kumari tenían razón en sus mails, al final «todo salió bien».
Con este proyecto descubrimos las infinitas posibilidades del arte y la educación como herramientas de transformación social. Entendemos que la clave reside en cultivar la fortaleza y la autonomía de las personas. Sólo cuando un individuo confía en sus propias capacidades, tiene el poder de impulsar cambios positivos en su comunidad.
A la vuelta a Barcelona pasamos meses trabajando en la producción del libro y las exposiciones. La primera presentación del libro y exposición la hicimos el día de Sant Jordi de 2015 en Barcelona. Dos días después, aún con la resaca del éxito de la presentación, quedamos conmocionados por las terribles noticias que llegaban de Neal. Un terremoto de magnitud 8,1 dejaba miles de muertos, heridos y personas sin hogar en todo el país. Pasamos tres días de gran angustia hasta que pudimos confirmar que toda nuestra gente se encontraba bien, si bien por desgracia muchas de sus casas estaban dañadas, por lo que debían vivir en la calle. Con las cámaras que les habíamos dejado ahora nos mandaban fotos que nunca hubiéramos querido recibir.
La siguiente gran presentación y exposición fue en la sede de la UNED en Madrid, varias semanas después. Añadimos a la exposición una sección con los textos e imágenes que nos estaban mandando desde Nepal de su vida tras el terremoto.
Aquel día el auditorio estaba lleno y los 250 ejemplares publicados del libro prácticamente se agotaron tras aquella presentación, sin duda con la triste ayuda del terremoto. El dinero recaudado gracias a su venta fue muy útil para enviarles material de supervivencia urgente. Desde entonces varias personas nos han preguntado por el libro, pero lamentablemente no pudimos legar a un acuerdo con la editorial para hacer una reimpresión.
Meses después, un equipo de Creciendo en Nepal fue a Katmandú, montó allí la expo y les entregó una copia del libro a cada niño. Además, gracias a lo recaudado, le pudieron llevar un ordenador a Kumari (la mayor de las participantes de los talleres) y formarla para que pudiera implicarse cada vez más en su participación con Creciendo en Nepal. Ella, que pudo estudiar gracias a la ayuda de Creciendo en Nepal, es quien ahora administra las ayudas recibidas y se encarga de identificar y comunicar las necesidades que van apareciendo entre los niños.
Conclusiones
Aunque han pasado ya 8 años desde estos días, esta experiencia tiene un lugar muy especial en nuestro corazón, y lo que hemos aprendido con ella nos ha sido muy útil tanto a Sonia como a mí en todas nuestras posteriores experiencias con proyectos artísticos participativos.
Durante estos años hemos mantenido el contacto con los (ya no tan) niños. En un segundo viaje a Nepal pude comprobar cómo los chicos y chicas van creciendo y cada uno de ellos va perfilando su futuro, eligiendo los estudios de cara a su profesión adulta. Y esto sigue siendo posible gracias a la admirable labor que sigue haciendo Karma Tenpa y Creciendo en Nepal. Os invito a contribuir a esta labor a través de su página web.
Referencias
Del Campo, D., Esplugas, S. 2015 Rupa Nepal. Editorial Sanz y Torres.
https://www.dropbox.com/s/abgypm7kmogh07n/RupaNepal-Libro-web.pdf?dl=0
Creciendo en Nepal. (s.f.) Jornadas a beneficio de “Creciendo en Nepal”. Encontrada en: